martes, mayo 02, 2006

¿Tu rock es callar?


¡¡¡Cállate, chachalaca!!!
Rocanrol tradicional mexicano (circa 2006)

En democracia, nadie calla a nadie.
Antigua creencia del Bajío mexicano

Uno de los grandes mitos sobre los que descansa nuestra caprichosa identidad nacional es hoy, como cada seis años, la democracia, o mejor dicho, esa idea vernácula que de ella tenemos el común de los mexicanos y que reduce un concepto tan complejo, labrado a lo largo de siglos de guerras intestinas, movimientos libertarios, teorías políticas, reformas y revoluciones, auges y caídas de sistemas económicos, despertares cívicos y conquistas sociales, a la imagen tristísima de un domingo de filas bajo la resolana.
Como de la virgen de Guadalupe o de la selección nacional de futbol, esperamos demasiado de nuestro endeble sistema democrático, tanto que al final nos conformamos con milagros paliativos. Fanáticos de lo inmediato, forjados a golpe de contingencias, damos gracias a la Morenita por quitarnos los callos, aunque sigamos patizambos; ponderamos la efectividad de un equipo que termina en cuarto lugar en un torneo de ocho; como si la democracia naciera y terminara en las urnas, cruzamos las boletas con la esperanza de un "cambio" real, y al final nos damos por bien servidos si se respeta nuestro voto (que, como algunos demagogos y pastores de su grey quieren hacernos creer, sólo se respeta cuando los beneficia, precisamente, a ellos).
Hoy, como por arte de magia, los mexicanos hemos cobrado nuevamente para la clase política una importancia que difícilmente se nos concede entre períodos electorales. Como cada tres, y más notoriamente como cada seis años, se nos ofrece, se nos promete, advierte, conmina y hasta se nos amenaza veladamente ("si votas por ése te va a llevar la chingada; si lo haces por mí, 'te va a ir muy bien' y, además, tendrás la dicha de verme seis años en televisión") a cambio del simple favor de nuestro voto. Como cada tanto, hemos dejado de ser sólo el contribuyente cautivo de la hacienda pública para convertirnos en el utópico beneficiario de promesas quiméricas que después nadie se encargará de cumplir. En su defensa, los políticos podrán argüir lo que se les antoje: que si la falta de reformas estructurales, que si los legisladores de la oposición, que si el estancamiento de la economía mundial y cualquier otro pretexto que ellos prefieran; pero en la práctica, sabemos que el nuestro, el voto ciudadano, representa para ellos una patente de corso para ejercer el poder como mejor les conviene e inclusive en contra de los intereses y las aspiraciones de quienes confiada y cándidamente se lo han otorgado. He ahí el botín de los bucaneros, la carroña de las hienas, el aval para la traición y la mentira y los enjuagues por debajo del agua. Si tenemos suerte, el candidato a diputado por el que votaremos mañana volverá a nuestro barrio dentro de tres años, convertido por gracia de su partido, en aspirante a senador, para pedirnos, antes de desaparecer por otra larga temporada, "un 'votito' por el amor de Dios".
Así, si en un sistema democrático efectivo y confiable el sufragio suele ser la confirmación de los deseos de la mayoría (que, aquí entre nos, también se equivoca, y con frecuencia), en uno tan imperfecto como el mexicano, los votos son alas para los alacranes.
Ante un panorama cívico tan poco alentador, ¿puede resultar extraño que un amplio porcentaje de la población en edad electoral prefiera invertir un domingo en tareas más edificantes (dormir y levantarse tarde, pasear con los hijos, jugar futbol o, ¡caray!, curarse una cruda) que la de emitir un cheque en blanco a cambio de espejitos retóricos?; ¿es un disparate que un sector mayoritario de esa población, uno por definición desconfiado, inconforme, rebelde y contestatario, pero también tradicionalmente soslayado, ignorado o francamente denostado por la clase política aquí y en China... es un disparate, digo, que ese sector decida manifestar su inconformidad, su descontento y su desconfianza mediante su ausencia de las urnas?
El hecho de que en las últimas elecciones legislativas (2003) 70 por ciento de los mexicanos menores de 35 años (según nos ha informado la campaña mediática "juvenil" Tu rock es votar) se haya abstenido de asomarse por las urnas debería resultar preocupante para los políticos (que, a fin de cuentas, serán quienes se beneficien de las simpatías de la muchachada) y no para los jóvenes (que eventualmente se convertirán en adultos, conformarán una mayoría trabajadora y responsable y, claro, VOTARÁN).
Orientada a esos jovenzuelos insumisos y reacios a la siempre buena fe de los políticos honestos, la mentada campaña Tu rock es votar confunde la gimnasia con la magnesia al tratar de hacer creer a su público destinatario que el voto es condición sine qua non para manifestar su desazón, su enojo o su franca apatía hacia el estado de las cosas. La idea de que para tener derecho a quejarse de la corrupción, la inseguridad, las promesas incumplidas y los abusos del poder es necesario primero acudir a la casilla electoral no sólo es falsa sino aberrante por varias razones, algunas de las cuales argumento a continuación:
En primer lugar, porque al hacer un sesgo entre quienes votan y quienes no, establece una categorización entre ciudadanos de primera y de segunda, grupo este último en el que entrarían, por ejemplo: los menores de 18 años, los que por alguna circunstancia de fuerza mayor no cuentan con la credencial para votar, los que por ausencia o enfermedad no pueden hacerlo, los escépticos que no se han dejado convencer por ningún merolico, por no hablar de quienes, al estar purgando alguna condena, se ven legalmente privados de ese derecho.

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En segundo lugar, en su pretencioso esfuerzo por fortalecer la democracia, los "creativos" de Tu rock... atentan veladamente contra un principio básico, fundamental de ésta: la libertad de expresión. Como sabemos desde la primaria, en México votar es un derecho y una obligación. Un derecho que puede o no ejercerse y una obligación cívica cuyo incumplimiento, a diferencia de otros países, no está penado. Por otra parte, nuestras leyes garantizan la libertad de expresión y el derecho de manifestación de los individuos sin que ninguna letra chiquita advierta que para ejercer plenamente tales garantías votar sea una condición obligatoria. ¿A qué entonces ese lema grotesco: "Si no votas, cállate"? (El tono imperativo y hasta autoritario de esta campaña me recuerda, de hecho, aquella otra diseñada por el publicista Carlos Alazraki para el entonces candidato a gobernador, Arturo Montiel, y que amparada en el eslogan "Los derechos humanos son de los humanos, no de las ratas" sugería la abolición de las garantías de cualquier ciudadano convertido repentinamente en roedor).

En tanto ciudadano, cada individuo tiene no sólo la posibilidad sino el derecho de externar sus opiniones, disensos y malestares sin importar su edad, credo, raza, preferencia sexual o ideología política; es decir, sin que se considere si tiene 14 años o 90, si cree en Jesús, en Alá o en ninguna deidad, si es güero, pelirrojo o morocho, si fornica con hombres, mujeres o gallinas, si vota por la izquierda, el centro o la derecha o (¡¡¡EUREKA!!!) si no vota. El único derecho que nos otorga votar es el de elegir (o no), entre un x número personas y propuestas, aquella que nos convenza. Nada más.

Me parece que el hecho de vivir en este país, pagar impuestos, observar sus leyes, padecer la inseguridad, la corrupción y los abusos de las autoridades, el desempleo, la falta de oportunidades, nos autoriza a reclamar sin el tedioso trance de pasar antes por una casilla electoral. Recetarnos la vieja cantinela de que si no votamos estamos dejando que otros decidan por nosotros es sólamente la mitad de la verdad. La otra radica en que la democracia, en tanto instrumento civilizatorio, me obliga a resignarme al hecho de que otros decidan por mí cuando el candidato de mi elección no resulta ganador.

Me parece desagradable y hasta preocupante que, en su bienintencionado afán por concientizar a los jóvenes mexicanos sobre la trascendencia de su voto, un grupo de gente famosa, músicos, actores y actrices, modelos, e incluso comunicadores, acérrimos defensores de la transparencia y la libertad de expresión, de esos que se "rasgan las vestiduras" ante infames casos como el de Lydia Cacho, se sumen con singular alegría al esfuerzo de un grupo de personas por callar a quienes no piensan igual que ellas (y, en consecuencia, no votan). Tan grave es que en una pretendida democracia el más rijoso de los candidatos le pida al "ciudadano presidente" que se calle como que me lo pida a mí la bella Montserrat Olivier.

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Una pregunta meramente retórica para plantear una tercera inconsistencia: ¿A cuál de los candidatos que aspiran a la silla presidencial servirá esta campaña? Me lo pregunto porque, en el país en el que habitan los artífices de Tu rock es callar... perdón, votar parece no haber sitio para el disenso o el voto de castigo. Sólo así se explica la censura explícita a esa posibilidad democrática que es la anulación del voto, válida en tanto que impide el uso indebido de las boletas que nos han sido reservadas. Con una frase como "vota por el candidato de tu preferencia, o por el menos malo, pero vota", lo que se nos pide es, precisamente, avalar la mediocridad de alguno de los contendientes "oficiales". Y si mi alma rockera me sugiere votar por, digamos, Natalia Lafourcade, Carlos Loret de Mola, Ely Guerra o Armando David (director de la campaña), ¿también tengo que callarme? Que cada quien le responda al elector que lleva dentro.
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En el país de la infancia perpetua, qué sentido tiene hacer promotores del voto juvenil a personajes de la farándula que a simple vista rebasan la edad oficial con que en México alguien aplica como "chavo(a)" (34 años). ¿No sería recomendable sustituir a José María Yazpik y a Lino Nava por, digamos, Chabelo y El Chavo del Ocho? ¿Y si cambiáramos a Alejandra Guzmán por La Chilindrina y a Cecilia Suárez por La Popis? Y ya puestos a proponer, por qué no idear una campaña "joven" con esos eternos adolescentes: "Los Cachunes".
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Escribo estas líneas a poco más de una semana de que el Pueblo de México se vuelque en las urnas para decidir a quién encumbrará como su nuevo Mesías. En mi humilde opinión, gane quien gane será la peor opción y, antes que votar por la menos peor de esas opciones (¿la habrá?), en un acto de responsabilidad ciudadana y honestidad conmigo mismo, el domingo 2 de julio acudiré a la casilla que me corresponde para anular mis respectivas boletas.
Y si alguien piensa callarme, que sea al menos Montserrat.
(Imagen: Montse pide silencio. www.turockesvotar.com)