jueves, abril 26, 2012

Almas llaneras:

"nuevos" vaqueros en el Oeste viejo

Luis Felipe Lomelí (selección), Sólo Cuento III, unam (Dirección de Literatura), México, 2011.

Si como escribe Rafael Toriz en el prólogo a este volumen: “En el viejo oeste de nuestras fabulaciones, el cuento es un llanero solitario”, cabría afirmar que en las páginas del tercer tomo de Sólo cuento, aquel jinete afantasmado transita entre las planicies y los montes de su propia leyenda, esa que podríamos nombrar, acaso pomposa y anacrónicamente, la tradición del cuento hispanoamericano: la vieja aldea que durante dos siglos han erigido algunos puñados de venerables forajidos como una forma de afirmación, vía una lengua y sus posibilidades de, digamos, narrar y ficcionalizar, frente al tornado omnívoro de la realidad cotidianamente atroz de un continente literario (del que España es la matriz a la vez que un embrión lejano). Y en ese pueblo, en el saloon de Lone Ranger Town, cada día aparece algún nuevo cuatrero para reclamar su parte de un botín que se supone generoso cuando no inagotable. Así nos lo constata la selección hecha por Luis Felipe Lomelí para esta tercera edición de la colección de cuentos editada anualmente por la Dirección de Literatura de la unam: una galería actualizada con los carteles de los más buscados por el sheriff de las afinidades y las intuiciones que cada uno de nosotros constituye como lector.
            De entrada, habría que aclarar que se trata antes que de un museo de efigies más o menos clásicas, de una galería de personajes vivos (aunque entre ellos no falten algunos ya clásicos del género) nacidos entre 1935 y 1984, algo así como tres generaciones literarias más algún par de autores emergentes de una promoción (que abarcaría a los nacidos entre principios de los años 80 y mediados de los 90) cuyos miembros mayores son hoy nombres ya reconocibles. En segundo lugar, tendría que mencionarse la prevalencia de escritores nacidos en la década de los 70 (casi la mitad de los 31 seleccionados), un hecho fácilmente explicable si tomamos en cuenta la edad del antólogo, nacido, como yo, en aquellos años (que en estas tierras no fueron, por cierto, los de “la suciedad y la furia” sino los de “arriba y adelante”), lo que de inmediato nos hace pensar no sólo en empatías y afinidades más allá de las literarias, sino en intereses, recuerdos, dudas y avatares comunes a toda una generación. Éste, que acaso deba tomarse como un dato tangencial, implica de parte de Lomelí antes que una correcta valoración del trabajo de sus coetáneos, un gesto de confianza (y en algunos casos hasta de buena fe) y de generosidad literarias hacia un núcleo cerrado de colegas y/o amigos afines estética o ideológicamente (una práctica, por cierto, bastante común en la vecina aldea de los poetas).
            De cualquier modo, lo importante, lo destacable más allá de la presencia mayoritaria de escritores de un período determinado, es la propuesta combinatoria de Luis Felipe. Más allá de nomenclaturas o taxonomías ancladas en un academicismo teórico, o peor, en apartados críticos sacados de la chistera, cuando no de la manga (tan comunes, de nuevo, en Poetry Town), Lomelí propone ocho secciones fundadas en los temas de las historias seleccionadas, a saber:
            La vida está en otra parte (realidades alternas construidas en/por la escritura: el lenguaje en tanto posibilidad de alteridad); Calles y ambulancias (el espacio urbano, el azar y sus accidentes como escenario y detonador de la ficción, respectivamente); Patrimonio de familia (la desmitificación del mito familiar y su constitución como un núcleo de oprobio y decepción); Ars poética (el metatexto, el texto referente de sí mismo o un Legotm verbal que el propio lector tiene que armar ); Amistad (el vínculo afectivo como espacio natural del resentimiento y la revancha); Cositas de mi mafia (el crimen en tanto condena y ocasional golpe de fortuna); Allende lontananza (cuatro re-visiones literarias de los conceptos de límite y frontera); Amoríos (la relación sentimental, la imposibilidad del amor o el purgatorio íntimo en que, una vez logrado, éste puede convertirse).
            Como un funámbulo de sus gustos y convicciones narrativos, merced al propio talento creador y a una depurada intuición combinatoria, Lomelí logra en su antología el exacto y a la vez precario equilibrio de quien cruza seguro la cornisa entre el rigor y el mero capricho. Si su selección trastabilla unas cuantas veces, sabe también recuperar la compostura inmediatamente para mantener no sólo nuestro interés, sino con él nuestro asombro, en niveles prudentemente exaltados.
            Muy pronto, desde el cuento de Edmundo Paz Soldán con que abre el libro, la selección logra un nivel que sin ningún empacho podríamos calificar de maestría. Hacia el sexto de los relatos, ese nivel del artefacto armado por Luis Felipe no sólo se ha sostenido sino que cobra nuevo vigor para elevarse propulsado no por un cohete aerodinámico sino por el desastrado carrito de supermercado del inolvidable relato de Mariana Enríquez. Al llegar a las historias nueve y diez, de Ricardo Piglia y Abelardo Castillo, respectivamente, Sólo cuento alcanza su mayor altura, esto es, la de las mejores piezas de la narrativa latinoamericana. A partir de ahí, la antología mantiene una conveniente altitud crucero no exenta de sorpresas y revelaciones y de alguna que otra sacudida. No nombraré aquí los tres textos que, desde mi punto de vista, no logran estar al nivel del resto de los cuentos escogidos, pues podría temer que mi opinión influyera negativamente en la mirada de algún lector más benévolo o menos tiquismiquis. Se trata, en todo caso, de piezas que al errar ya sus estrategias discursivas ya su dominio narrativo-narratológico, terminan por no encajar en la aceitada (y en mayor medida tradicional) maquinaria que constituye Sólo cuento III.
XXXXXSi mi juicio adverso no hará ningún favor a aquellos títulos que considero fallidos, creo que la exaltación de sus virtudes y sus aciertos tampoco hará mejores los relatos excelentes contenidos en el volumen. Por eso menciono aquellos que suscitaron mi asombro y mi entusiasmo: “El joyero”, de Ricardo Piglia; “El boxeador polaco”, de Eduardo Halfón; “Órdenes trascendentales”, de Cristina Cerrada; “Matar un perro” de Samanta Schweblin; “Un poeta local”, de David Toscana; “Patrón”, de Abelardo Castillo; “Glorieta paraíso”, de Rodrigo Fuentes; y “El carrito”, de Mariana Enríquez. Resultaría ocioso tratar de hacer aquí un esbozo de cada uno de estos cuentos cuando sus posibles, próximos, hipotéticos lectores tienen ante sí la posibilidad maravillosa de descubrirlos y discernir por ellos mismos. A fin de cuentas, al igual que una fiesta (como le gusta a Lomelí definir a “su” volumen), una antología es, una invitación a compartir y congeniar, pero a veces también a disentir, discutir y quién sabe si a hacer un papelón.
XXXXXDice ese lugar común llamado Borges que “el cuento es un breve sueño una corta alucinación”; esta notable antología preparada por Luis Felipe Lomelí es, entonces, un pasaporte fundamental para soñar, alucinar o incluso despertar entre pesadillas en la aldea del Llanero solitario.


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Esta reseña aparece en el número 98 (Nueva época) de la Revista de la Universidad de México, correspondiente a este (todavía) mes de abril.